Akihabara, la proa sociotecnológica
Me pasaba mi amigo Juanantz un artículo de 20 minutos sobre este barrio de Tokyo, sorprendido por una brutal falta de atención o exceso de ignorancia. El autor del mencionado escrito titulaba de la siguiente manera: “Akibahara, el barrio tecnológico de Tokyo“. Una falta de ese tipo puede escapársele a cualquiera, pero leyendo el pobre artículo generalista uno se pregunta a que pobre becario le han endiñado escribir sobre algo que tiene toda la pinta de no haber sido visitado. Alabo el interés por descubrir a los muchos pero limitados lectores de 20 minutos algo que supera con mucho lo que hayan imaginado. Por eso he sentido la necesidad de mostraros como buenamente pueda lo que para mi es Akihabara. Es cierto que es el barrio tecnológico de Tokyo, pues otras ciudades japonesas como Osaka cuentan también con uno, pero Akihabara trasciende de aquello. Es la proa sociotecnológica, proa de la cultura tecnológica a nivel mundial, pone al alcance de cualquier insignificante usuario la mayor y más puntera gama de elementos electrónicos del planeta y lo que no hay… simplemente no existe. Todo ello bien aliñado con enormes dosis frikismo otaku y aires de rastrillo dominguero. Hasta aquí ya he dicho más que el dichoso artículo, ya no sirve la excusa de la limitación de página, Internet lo solucionó.
Veamos lo que expuse en las líneas anteriores. Hablo de la mayor gama tanto en cantidad, calidad y variedad. Observemos la superficie ocupada, explorada por mi y delimitada por las autoridades los domingos.
Como veis la extensión cubierta es enorme, cerca de 300.000 m2 repletos de tiendas, tienduchas puestecillos, y grandes centros comerciales. Se extienden a la luz de los infinitos letreros y anuncios luminosos, por callejuelas y túneles donde humildes puestecillos desparraman chips y componentes para interconectar finalmente distintos edificios, hasta encontrarnos con la aterradora visión de un Carrefour de 8 plantas, el Yodobashi Camera. Este monstruo tiene en su interior desde monturas biónicas de caballo, pasando por miles de ratones distintos hasta gozillas de goma.
La variedad es enorme, podemos encontrarnos en cualquier parte de Akihabara con ventiladores USB, chips, minicámaras, objetivos de alta gama, portátiles de segunda mano, como imitaciones perfectas de móviles junto a los más modernos del planeta. Cualquier cachibache de cualquier época acompañado, eso sí, por el tradicional sobreempleo nipón ejercido por vendedores y jovencitas sometidas a las fantasías otakus que demandan los potenciales compradores. Sí, el segundo factor que caracteriza Akihabara es el frikismo, que captando la atención del visitante nada más llegar, en la misma calle y a plena luz del día (aunque eso da lo mismo), nos muestra un rasgo de la sociedad japonesa, la entrega total de la oferta a lo que se demanda, en definitiva capitalismo desmedido. Ver a estas chicas que simplemente nos reparten publicidad es suficiente muestra de la perversión de su sociedad.
Jovencitas con vestiditos de chachas o uniformes de colegio con orejas de gata. De esta guisa cosplay visten las mozas japonesas en una aparente sumisión, pero que procuran evitar inutilmente que las saquen fotos. La respuesta a la demanda ha hecho de este barrio una villa de frikis defendida con uñas y dientes (como bien reflejó Kirai), donde se suceden las tiendas de manga y anime, junto a cafés de meidokisas, que a veces son (y que no me oiga Edu) antros de “masaje”. Aun así hay establecimientos mucho peores donde la relación de lo otaku y la perversión sexual llega a crear los más depravados productos, aberraciones tales que enferman y hacen huir a españolitos como nosotros. Es algo inenarrable.
Todo esto es posible gracias a un fenómeno de rastrillo popular y dominguero muy arraigado de tiempos inmemoriales en las islas. A la marabunta de gente se le une la colaboración del las autoridades de Tokyo que cortan la avenida los domingos permitiendo a los nipones adueñarse del lugar y circular libremente para consumir con diligencia.
Por si todo ello fuera poco, el material se saca a la calle como si fueran las medias de los gitanos o cacahuetes a granel, y aunque no se suele regatear los precios son sensiblemente bajos, especialmente para los extranjeros debido a los numerosos duty free (todavía me acuerdo aquel disco duro de 1 Tb por 102 €).
Rematando la estampa siempre tendremos a empleados ofertando sus productos a voz en grito, de manera muy pintoresca pero tradicional, incluso en el Yodobashi. El vocerio y el ruido nos bombardean de todos los lugares, haciendo que nuestro prodigioso cerebro aísle de manera milagrosa sólo los sonidos que nos interesan.
Aunque aglutina como es lógico muchos aspectos de la cultura japonesa, se trata de un lugar muy especial cuyas características y magnitudes no pueden ser igualadas entre otras cosas por estar en la capital del país. La punta tecnológica se acompaña de un estrato cultural, es más que una zona comercial o de divertimento, es la tierra prometida de una forma de ver la vida basada en la cultura de la tecnología para el ocio, donde uno se puede encontrar lo imaginable y lo inimaginable.