La captura del Stanhope
La fragata navegaba muy escorada a casi diez nudos, entre el mar de fondo del Atlántico. El navío inglés cada vez se veía más grande, y su lado de babor amenazaba con tres filas de portas abiertas: los cañones fuera listos para disparar. Todos los catalejos de la Valeur apuntaban al barco enemigo, viendo el frenético trajinar de los artilleros y el humear de las mechas lentas. Lezo estaba agarrado al estay de mesana, calculando el momento en el que recibirían la andanada. Esperaba la precipitación del enemigo al ver que la fragata se les venía encima, recibir poco daño y con el barlovento a su favor acercarse antes de que pudieran reaccionar y endosarles sus dieciocho cañones de estribor de penol a penol.
– Señor– el primer oficial se acercó titubeando- con el debido respeto. Los hombres están inquietos, nos acercamos a toda vela a un navío superior, no es de nuestra clase. Creo que deberíamos tomar precauciones.
Los dos mantuvieron la mirada, el capitán intentando escrutar que cosa le pasaba a su segundo. No podía ser cobardía; le conocía bien, de muchas batallas y tormentas. Temor a un motín o quien sabe.
– Por favor señor Harispe, reúna a los hombres inactivos en este momento frente al alcázar– en pocos minutos la mitad de la dotación estaba reunida frente a la toldilla, empujada sin miramientos por el contramaestre y sus cabos. Se acercó a la baranda renqueando con su pierna de madera, con cuidado para no resbalar con la escora del barco. Carraspeó para aclara la voz y gritar de forma que los reunidos y los artilleros y gavieros más cercanos oyeran sus palabras.
– ¡Marinos de la fragata Valeur! La mayoría sois guipuzcoanos como yo, otros muchos sois gentes venidas de toda Francia y las Españas. Nos acercamos a un navío inglés, de la Compañía de las Indias, cargado hasta los topes de riquezas y armas para nuestros enemigos. Esos piratas herejes que llevan siglos robando nuestros barcos, saqueando nuestras ciudades y mirándonos con desprecio ¿lo dejamos pasar?- un ”¡¡¡¡Nooooooo!!!!” le impidió terminar la frase– Esos ingleses quieren imponernos un nuevo Austria, otro degenerado que seguro nos llevará a la ruina. Ahora ya tenemos nuestro rey Felipe, nieto del rey de nuestros aliados franceses, que acata nuestros fueros, y con la ayuda de Dios, levantará nuestra patria de nuevo.- ¡Artilleros, apuntad bien, disparad alto, a las vergas y a cubierta! ¡Al que dispare por debajo de la línea de flotación lo mandaré azotar! ¡Infantes a las cofas y barrer el alcázar enemigo! ¡antes de la noche los que vivamos estaremos llenos de gloria y riquezas! ¡A sus puestos! – las últimas frases arrancaron un rugido en crescendo , y todos corrieron a los lugares indicados en zafarrancho de combate.
El capitán y el primer oficial cruzaron su mirada de nuevo.
– ¿Está satisfecho señor Harispe? Seguiremos rumbo a popa del navío enemigo hasta que dispare su primera andanada, viraremos a babor, barreremos su cubierta con los cañones de estribor, luego cambiaremos de bordada y repetiremos con los de estribor. Ellos están muy cargados, nosotros vamos en lastre y tenemos el barlovento.
Harispe dudaba, y el capitán De Lezo pensó que era mejor darle algo que hacer.
– Señor Harispe, vaya a proa, apunte los dos cañones de caza con máxima elevación y haga fuego cuanto antes.
– Pero estamos fuera de alcance…
– Si, pero con un poco de suerte les provocaremos y dispararan antes de lo preciso.
Harispe sonrió y corrió hacia proa. Decididamente era un buen oficial, aunque no tenía ni pizca de imaginación. Lezo sacó su reloj y miró hacia el enemigo, poco después sonaron los estampidos de los cañones de caza y pudo ver la sombra de las balas volando hacia su destino. Dos columnas de agua se elevaron a dos cables del objetivo. La fragata siguió recta en su rumbo, el capitán con el reloj en la mano miraba hacia las portas del navío, se acercaría tres minutos más después de que el enemigo disparara. Vio el primer fogonazo y tomó tiempo, veía como las balas enemigas venían hacia ellos y como caían a su proa, levantando grandes columnas de agua, solo tres o cuatro hicieron algún desperfecto en las velas del trinquete, de casi cuarenta que les habían disparado. Por los agujeros parecían cañones de 24 libras, mejor no darles la oportunidad de mejorar la puntería El ruido de los disparos fue llegando sordo y amenazador. Cuando faltaba un minuto para virar oyó dos estampidos de proa y esta vez Harispe dio en el blanco, dos nubes de astillas se levantaron en la popa del navío.
– Virad a babor ya– la orden fue ejecutada con rapidez por Dupont, el segundo oficial, y los hombres encargados de la maniobra, aunque la había dado antes de lo previsto.
– ¡Fuego las baterías de estribor!– uno a uno los dieciocho cañones de estribor machacaron las bases los palos de mesana y mayor, saltando astillas por doquier, vio por el catalejo que había muchas bajas en el barco enemigo. El palo de mesana de los ingleses basculó y cayó a babor, escorando peligrosamente el navío. Vivas y hurras recorrieron la fragata, un tanto para la Valeur. Vio por el catalejo como multitud de hombres saltaban sobre él intentando cortarlo para poder liberarse. Ahora mismo el navío estaba inmovilizado y no podía reaccionar a los ataques de la Valeur.
– ¡Virad a estribor y hagamos una pasada por popa lo más cerca posible!
Cuando pasaban por la popa pudo leer Stanhope en letras doradas, justo debajo de la bandera inglesa con franjas rojas. Recibieron las dos balas pesadas de los cañones de popa, que hicieron crujir el casco de la fragata. Pero todos los cañonazos de babor de la Valeur dieron en el blanco, barriendo la cubierta enemiga de popa a proa. Y el palo de mesana seguía trabando el navío, como una autentica ancla flotante.
– Señor Dupont, vire de nuevo a estribor y repitamos la pasada por popa cuando sea posible. Envíe por favor a un guardiamarina, a consultar en el almanaque los datos que tengamos de un navío de guerra inglés llamado Stanhope, al servicio de la British East India Company¹.
Harispe llegó corriendo sin aliento desde proa, sus ojos revelaban entusiasmo.
– Señor, pido permiso para organizar un destacamento de abordaje y comandarlo yo mismo. Con el debido respeto, mi capitán.
De Lezo no contestó pero alzó su mano para solicitar un poco de tiempo. Al poco apareció el guardiamarina con un papel donde había copiado apresuradamente unas letras y números, “Stanhope, navío de línea de segunda clase, 70 cañones, 1400 tx”. Le pasó la nota a Harispe, que se quedó pensativo. Una tripulación de unos seiscientos hombres contra los doscientos cincuenta de la Valeur. Eso sin contar los soldados de vuelta a casa que sin duda irían de pasajeros.
– Señor Harispe, dirija el fuego de las baterías. Daremos dos pasadas más por popa apuntando con balas al palo mayor. Cuando caiga o se dañe seriamente cargue los cañones con metralla y barra la cubierta.
– Sí señor.
Harispe había comprendido que antes de abordar era necesario castigar al barco enemigo y causarle más bajas. Incluso puede que se rindiera, aunque era poco probable. Es mejor que los oficiales se den cuenta de las cosas sin tener que decírselas, seguramente Harispe tendrá que tomar decisiones el solito dentro de poco. Vio los fogonazos de los mosquetes en el navío inglés y un marinero cayó herido a su lado. Mientras unos hombres lo llevaban a la enfermería, deseó que Harispe no tuviera que mandar un barco tan pronto, sin duda esa bala era para él. Los cañones de popa del Stanhope les sacudieron de nuevo, dañando alguna vela, y la batería de estribor de la Valeur hizo astillas la zona de la base del mayor. Miró con el catalejo, vio que el palo estaba muy dañado y que los marineros que no estaban heridos subían a rizar las velas por miedo a que se rompiera. Habían logrado desprenderse del palo de mesana caído, pero sólo con el trinquete, el palo mayor dañado, y tantas bajas… El Stanhope era como el burro cojo y cansado que quiere librarse del lobo joven y hambriento. Pero todavía es peligroso, una coz de la otra pata nos puede hundir. El inglés intentaba virar para dispararles con la batería de babor, pero la fragata tenía todos sus palos y el barlovento a su favor. Logro evitarlo y pasarle por popa cañoneando sin piedad, desmontando los cañones traseros del Stanhope. La sangre ya cubría la cubierta enemiga cuando hicieron la primera pasada con metralla.
A la vuelta, antes de disparar la andanada, De Lezo gritó.
– ¡Alto el fuego! Navío inglés Stanhope. Han luchado valientemente. ¡Arríen la bandera!
Se oyó un no débil y lejano y varios mosquetes dispararon todavía de las cofas, y fueron barridos por la metralla de la artillería de la Valeur. Lezo se llevó la mano buena al pecho, notó un poco de sangre y una astilla de madera despedida por algún tiro de mosquete. Definitivamente había que abordar a los ingleses. Harispe acudió raudo al alcázar, leyendo sus pensamientos.
– Señor Harispe, prepare el destacamento de abordaje, todos los artilleros, infantes y marineros con pistolas y sables. Yo me quedaré en el alcázar con mi timonel y unos pocos gavieros indispensables para maniobrar.
– ¡A la orden señor! Pero está usted herido…
– Solo es una astilla, he tenido suerte de que no me diera en el otro ojo. Acabemos pronto y así podré bajar a curarme a la enfermería.– acercó la cabeza a su oficial y se miraron a los ojos, nariz con nariz- ten cuidado Pierre, cumple con tu deber e intenta que se rindan, sin alardes innecesarios.
La fragata maniobró para acercar su proa a la popa del navío, mientras los ingleses colocaban redes para evitar el abordaje, pero todo fue barrido por los dos cañones de caza cargados con metralla. Los garfios se lanzaron y aferraron al navío, y el destacamento guiado por Harispe se abrió paso a tiros de pistola y sablazos. En la cubierta, los enemigos solo resistían en el castillo de proa, de las escotillas salían hombres que eran abatidos si no se rendían. Harispe corrió hacia el grupo de oficiales e infantes ingleses que todavía luchaban.
– ¡Alto! Rindan el barco. Detengan esta carnicería- los oficiales dudaban, la mayoría heridos. Todo el mundo quedó inmóvil unos segundos, cuando el que parecía más viejo y cansado se acercó a Harispe cogiendo la espada por la hoja y ofreciéndola.
– Señor, soy el capitán Combs. ¡Tirad las armas! ¡Arriad la bandera!– Harispe no entendía mucho inglés pero el gesto era elocuente. Aceptó con un saludo de cabeza la espada que le ofrecían.
– ¡Hay cuartel! ¡Hemos vencido!– varios hurras y vivas se escucharon mientras las armas caían a la cubierta. Iban apareciendo oficiales ingleses, que hacían cola delante de Harispe, para entregar sus espadas. Este las iba recogiendo ceremonioso, haciendo a cada uno una leve inclinación. Esperaba que no hubiera muchos más, porque ya parecía el siete de espadas de la baraja española. Un marino inglés dejo caer el hacha que llevaba, trepó taciturno para cumplir la última orden se su capitán, y volvió con la bandera. La Union Flag² en la esquina superior izquierda y siete bandas rojas horizontales con fondo blanco. Harispe pasó las espadas a Dupont y recogió la bandera doblándola con cuidado y respeto, palpando con sus manos los agujeros y desgarrones de la metralla.
– Señor Dupont acomode a los prisioneros y tome el mando del buque. Yo vuelvo a la Valeur con los oficiales ingleses y un tercio de los hombres.
Según recorría el gran navío que acababan de capturar fue sintiendo un enorme cansancio, la tensión de las últimas horas, y todo el miedo contenido le pasaban factura. Pero habían derrotado y apresado un East Indiaman³, que les triplicaba en tripulación y doblaba en cañones. Se lo repitió varias veces así mismo, mirando la bandera que llevaba apretada contra su pecho y el rostro de los oficiales ingleses. Poco a poco fue acelerando su paso, sintiendo la sangre fluir, hasta saltar a la fragata, donde ya corrió para entregar a De Lezo la bandera.
Guillermo Vilaboa
Revista “Estadea” Nº12 (2008)
¹ Compañía Británica de las Indias Orientales.
² Bandera del Reino Unido de Gran Bretaña, en aquella época cruz roja, aspas blancas y fondo azul.
³ Gran navío que hacía los viajes a la India, similar a los galeones españoles de las Américas.
Nota: Publico este estupendo pasaje de la vida de Blas de Lezo gracias a la amabilidad del autor, don Guillermo Vilaboa. Creo que todos debemos disfrutar de nuevo con una gesta tan soberbia.